lunes, 5 de marzo de 2012
Cada vez hay más escuelas solidarias. Ya son 15.000 las instituciones cuyos alumnos ayudan con materiales y conocimientos a otras comunidades
Por Silvina Premat | LA NACION
Los chicos del Mariano Acosta, en el frente la escuela Bienvenida Sarmiento N°104, de San Juan. Foto: Gentileza Gustavo
Gagna
Dedicar un mediodía a la semana para ir a servir el almuerzo a ancianos indigentes que viven en un hogar. Dejar, durante un
viaje de estudios o de egresados, alguna excursión prevista para ir en cambio a trabajar la madera con un grupo de
aborígenes. Construir dispositivos de energías alternativas (paneles solares, molinos de viento u otros) para barrios de
sectores necesitados. Medir el grado de contaminación del agua de los tanques de los propios vecinos.
Estas son sólo algunas de las prácticas educativas solidarias que cada vez ocupan más espacio en los calendarios escolares.
Hasta el momento unas 15.000 escuelas, de las 45.000 que hay en todo el país, llevan adelante algún tipo de actividad de lo
que se conoce como aprendizaje en servicio. "En las escuelas argentinas siempre hubo tradición solidaria; lo nuevo es la gran
cantidad de escuelas que en los últimos años han comenzado a proponer a sus alumnos que ofrezcan a la comunidad los
conocimientos que adquieren estudiando", dijo a LA NACION Nieves Tapia, pionera y coordinadora hasta el año pasado del
Programa nacional de educación solidaria, creado en 1997 en el ámbito del Ministerio de Educación de la Nación, y que otorga
desde 2000 el Premio Escuelas Solidarias.
Tapia, actual directora del Centro latinoamericano de aprendizaje y servicio solidario (Clayss), explicó que "no se trata de
juntar cosas o dinero y repartirlo a los pobres sino que las escuelas dan a la comunidad lo que sus chicos aprenden o crean
por ellos mismos".
Cita como ejemplo la experiencia de una escuela en Berisso, cuyos alumnos investigaron sobre la historia local con la
intención de impulsar emprendimientos turísticos en su zona, o la campaña de prevención del dengue que hicieron los chicos de
varias escuelas de Puerto Libertad, en Misiones, durante el año pasado y que lograron que su localidad sea una de las que
tiene menor índice de esa enfermedad en la provincia.
Crecimiento
Tapia recordó que en 1997, cuando junto con su equipo comenzó el programa solidario, le costó encontrar cien proyectos de ese
tipo en las escuelas. "El crecimiento fue impresionante", señaló Tapia.
Sólo los proyectos que se presentaron en las seis ediciones que ha tenido el Premio Escuelas Solidarias desde su creación en
2000, son 26.400, desarrollados por 15.000 de las 45.000 escuelas de todo el país de todos los niveles y tanto públicas como
privadas, en los que se han involucrado unos dos millones de chicos. Pudo haber ayudado también a este crecimiento la
difusión del premio del ministerio y la inclusión de las prácticas de aprendizaje en servicio, en 2006, en la ley nacional de
educación.
"Se trata de educar a los chicos desde pequeños a estar siempre dispuestos a dar una mano o hacer una gauchada a alguien",
dijo a LA NACION José Rohr, responsable de las numerosas actividades solidarias desde hace casi una década y media en el
Colegio Marín, de San Isidro. Allí, como en otros colegios de la zona norte, como el San Andrés o el Michael Ham, por poner
sólo algunos ejemplos, se llevan adelante prácticas solidarias desde hace más de una década. La satisfacción que esto genera
en los chicos es unánime.
Algunos establecimientos porteños también desarrollan proyectos. Es el caso de la Escuela Superior Normal N°2 Mariano Acosta,
donde desde hace 32 años un grupo de alumnos, ex alumnos y docentes viaja anualmente a tres localidades de la provincia de
San Juan para ayudar durante más de una semana a escuelas o a lugareños según sus necesidades más urgentes a levantar sus
casas, instalar conexiones eléctricas o sanitarias. Este año el Mariano Acosta planea, con esfuerzo, continuar con su misión.
Investigaciones de los profesionales de Clayss muestran que en las escuelas que desarrollan estos proyectos no sólo mejoró la
convivencia sino también el rendimiento académico.
"Hace falta saber mucho más para cambiar algo en la comunidad que para dar bien un examen", dijo Tapia, que pasado mañana
viaja a Trento (Italia) invitada por el gobierno local para capacitar a directivos y docentes en aprendizaje en servicio.
La clave para que los estudiantes adhieran a proyectos de este tipo es, según la vasta experiencia de Tapia, que los docentes
que los proponen crean realmente en estas iniciativas y den protagonismo a los chicos. "Esto no funciona en los colegios en
los que les dicen: «Este año tienen que ser solidarios y hacer esto o aquello»", ejemplificó.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario